¿Cómo funciona la consulta de Psicología?

Ir al psicólogo o a la psicóloga se ha convertido en algo más normalizado si tenemos en cuenta la perspectiva de los últimos 15 ó 20 años. Y, sin embargo, sigue habiendo un buen número de personas que muestran actitudes de rechazo hacia nuestra profesión, y que en general tienen que ver con ideas, creencias y mitos que rodean al ejercicio de la Psicología. 

Algunos mitos y creencias sobre el ejercicio de la Psicología.

Una de esas actitudes tiene que ver con esa afirmación que percibo en muchos individuos de que "de Psicología sabe cualquiera", máxime con los avances de la tecnología, que permiten a través de internet acceder a una serie de contenidos que hace un tiempo era imposible, y que hoy están disponibles con total inmediatez. Ahora bien, si esto fuese así de fácil, todos sabríamos de todo: de Medicina, de Derecho, de Magisterio, de Arquitectura, de Administración de Empresas... simplemente buscando en Google. Por lo tanto, no sería necesario que hubiese personas especializadas en todos esos campos a las que poder acudir cuando necesitamos un servicio específico o asesoramiento para solucionar una problemática. La realidad dista de ser así, y de hecho los/as distintos/as profesionales que trabajamos en ámbitos de la atención a personas observamos cuánto daño hacen esas creencias, sobre todo cuando tienen que ver con la esfera de la salud.

Otro mito muy arraigado presupone que el tiempo lo solucionará todo. No cabe duda de que para consolidar un aprendizaje se necesita tiempo, de igual manera que es preciso tiempo para modificar una conducta o una situación que genera malestar. Ahora bien, el tiempo, por si mismo, no interviene, no actúa sobre una persona o sobre un contexto, ya que sólo es una secuencia, un período, una unidad de medida; si queremos instruirnos en algo, además de tiempo necesitaremos motivación, esfuerzo, estrategias... De igual manera, si sentimos malestar psicológico por alguna causa interna o externa, necesitamos reflexión, empeño, permeabilidad al cambio, técnicas, impulso... ya que el tiempo no cambia una situación necesariamente por su mero paso, ni tampoco a las personas.

¿Quién no ha escuchado alguna vez que el mejor psicólogo es un amigo o amiga? Esta afirmación está fundamentada en la confianza que existe entre uno/a mismo/a y sus amistades más íntimas, así como en el conocimiento mutuo, que se presupone mayor cuando la amistad se remonta a muchos años. Lo cierto es que un amigo o amiga nos puede aliviar o ayudar en un momento dado con un consejo, pero hay que tener en cuenta que un amigo no es un profesional de la Psicología. Por lo tanto, las orientaciones que puede facilitar no son expertas ni basadas en una evaluación metódica de la problemática que se pretende solucionar, sino más bien en una opinión que además está influida por la subjetividad y la parcialidad que se derivan de la relación de amistad. El/a psicólogo/a, por el contrario, es una figura objetiva e imparcial.

También es una idea recurrente pensar que a los psicólogos sólo van las personas que tienen enfermedades mentales. Yo creo que ese pensamiento tiene como base dos factores: el primero, realmente pensar que los servicios de un/a psicólogo/a sólo son necesarios cuando puede estar presente una psicopatología. Esta creencia tiene mucho que ver con cómo culturalmente se ha considerado durante años todo lo relacionado con los malestares psicológicos, y el estigma social que todavía hoy suele acompañar a las personas que sufren problemas mentales. Realmente cualquier persona puede solicitar los servicios de un/a profesional de la Psicología sin tener que padecer ningún trastorno, ya que todos necesitamos en un momento dado un espacio de reflexión y de alguien que nos facilite pautas y estrategias para solucionar un conflicto. El segundo factor tiene que ver con la percepción de que si acudimos a un/a psicólogo/a somos débiles. Vivimos en una sociedad estereotipada donde se fomentan en demasía ciertos valores, lo cual muchas veces nos lleva a unas expectativas y a unas atribuciones poco realistas, incluso equivocadas. En este sentido, hay personas que sienten que su autoestima se desvanece si son incapaces de resolver sus problemas por sí mismas, y por este motivo no buscan ayuda, ni siquiera en su entorno más cercano. Pero lo cierto es que hay situaciones en las que necesitamos ayuda de terceros, incluso profesional, y eso no es negativo, sino una muestra de responsabilidad en tanto en cuanto cuidamos nuestro bienestar y el de las personas que están bajo nuestra responsabilidad.

¿Cómo funciona la consulta de Psicología?

Lo primero que hay que dejar claro es que los psicólogos y las psicólogas somos personas formadas y habilitadas para el ejercicio de nuestra profesión. ¿Y esto qué significa? Pues que hemos estudiado y estamos acreditados según la normativa vigente para hacer lo que hacemos. La Psicología es una ciencia, y por lo tanto todos los procedimientos, instrumentos y técnicas que desarrollamos en nuestra consulta están contrastados por el método científico, es decir, que su eficacia está probada y testada. 

Con más detalle, os contaré lo que yo hago en una consulta presencial. Cuando una persona solicita mis servicios nos citamos, y durante al menos las dos primeras entrevistas suelo recoger toda la información posible para evaluar cuál es la situación problemática. En algunos casos es relativamente sencillo, pues el/a cliente hace una buena descripción de sus dificultades, pero en otros es necesario realizar pruebas complementarias, lo cual alarga esta fase. Es importante tener en cuenta que el proceso de evaluación nunca termina como tal en los primeros encuentros, ya que siempre puede surgir información valiosa en cualquier momento de la intervención que puede ser muy útil. 

Cuando identifico el problema y cuáles son sus causas se las explico al/a cliente, y acto seguido le expongo cuál es el plan a seguir. El plan de intervención contendrá los objetivos a alcanzar, y una serie de acciones y estrategias enfocadas desde una orientación u otra según cuál sea la problemática, y también según cómo sea el/a cliente. A lo largo de estos años me he encontrado, por ejemplo, con personas que son reacias a cubrir hojas de autorregistro, que tienen dificultades para trabajar con la imaginación, o que se sienten más cómodas en una intervención que se centra en la expresión de emociones en lugar de otro tipo de estrategias algo más proactivas. Me he percatado igualmente de que no todas las orientaciones en Psicología sirven para todas las personas. 

Finalmente, suelo facilitar algunas pautas que el/a cliente puede poner en práctica de forma inmediata. Si se está de acuerdo, comenzamos a desarrollar la intervención según la temporalización propuesta, la cual finalizará cuando hayamos conseguido los objetivos. Puede darse el caso de que la situación problemática exceda a mis conocimientos y competencias; en esas situaciones les indico qué recursos son más apropiados, ya que yo no podré serles de utilidad.

Durante las sesiones procuro que el/a cliente se sienta cómodo, tranquilo, comprendido y escuchado. Habitualmente me siento al lado de él o de ella para favorecer la cercanía, si bien hay personas que se encuentran en una posición más confortable y segura en un contexto "tradicional", es decir, en sillas diferentes y con una mesa de por medio. El lenguaje que utilizo es sencillo, y no empleo conceptos técnicos excepto cuando es estrictamente necesario. No acostumbro a hacer diagnósticos tipo "padece usted un Episodio Depresivo Mayor", o "tiene usted un Trastorno de Angustia con Agorafobia"; prefiero explicarles la causa que provoca su malestar de manera accesible, lo cual creo que fomenta la motivación y la implicación para esforzarse posteriormente. Esto no es un obstáculo para que yo recurra a la conceptualización nosológica del problema en lo que tiene que ver con la planificación de la intervención más adecuada. Como veis, un proceso nada oscuro ni extraño.

En todos estos años de experiencia profesional me he encontrado con todo tipo de clientes. Algunos sí padecían trastornos psicopatológicos, otros sólo necesitaban simplemente un espacio para pensar sobre sí mismos y su entorno, aceptar lo que les ocurría, reconsiderar hechos y contextos, y valorar alternativas de decisión ante situaciones de dificultad. En todo caso, quienes fueron capaces de dar respuesta a sus problemas fueron aquéllos y aquéllas que, siguiendo las pautas y orientaciones facilitadas, aceptaron sus circunstancias y se esforzaron para superarlas, conviertiéndose en los protagonistas de su proceso de cambio, y adquiriendo las habilidades y estrategias necesarias que además podrán usar en el futuro cuando sea oportuno. Con esto último rompemos otro mito: el/a psicólogo/a solucionará mis problemas. No, los psicólogos y las psicólogas no curamos ni remediamos dificultades; más bien evaluamos las circunstancias y los hechos, detectamos la situación problemática, y proporcionamos al/a cliente el apoyo y las herramientas necesarias para que sea él o ella misma quién solvente sus conflictos. Y creo que así debe ser siempre. Por eso una de las máximas de mi trabajo es procurar que quien acude a mí acabe por aprender a resolver sus dificultades por sí mismo/a, tanto durante la intervención, como en el futuro si vuelven a aparecer las circunstancias que motivaron la petición de ayuda en un primer momento.

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