A lo largo de mi carrera profesional, y también como padre, he comprobado lo difícil que resulta ejercer la crianza de un niño o una niña. Posiblemente es lo más difícil que hacemos en la vida las madres y los padres, y por lo tanto, es necesario ser conscientes de lo que implica tener un hijo o una hija y de todos los esfuerzos que conlleva. Ahora bien, que sea difícil no implica que sea imposible, o que la crianza sea una fuente de desdichas y desgracias para madres y padres; más al contrario, los hijos y las hijas nos proporcionan muchas satisfacciones y generalmente son uno de los motores de nuestra vida. Debemos ser conscientes de nuestro objetivo: educar a personas que un día serán adultas, y que deberán poseer las habilidades necesarias para desenvolverse en el mundo que le tocará vivir. Y esto implica, entre otras cosas, ser autónomos e independientes.
Las ventajas de educar desde la autonomía.
Existen muchas familias en las que toda esta cuestión se hace evidente, y el estilo educativo que practican es consecuente con ello. Pero hay otras muchas familias donde la forma de crianza implica no fomentar la autonomía, no dejarles asumir responsabilidades, y no pocas veces no permitir que los niños y niñas se frustren o estén expuestos a eventos vitales estresantes. Puede parecer algo irrelevante cuando los niños y niñas tienen corta edad, pero puede convertirse en fuente de conflictos en la convivencia cotidiana dentro del hogar familiar a medida que los niños y niñas crecen y se les exigen determinadas obligaciones que, supuestamente, han de saber cumplir porque "tienen edad para ello".
Hace ya muchos años que tanto desde la Psicología Evolutiva como desde la Pedagogía se orienta a las familias a educar fomentando la independencia y la asunción de responsabilidades. María Montessori, influeyente educadora y pedagoga, revolucionó la educación a principios del siglo XX simplemente por considerar al niño como el auténtico protagonista de su proceso de aprendizaje. Estableció una serie de parámetros que facilitasen a los/as niños/as la posibilidad de desarrollarse plenamente, con el objetivo de ayudarles a ser personas equilibradas e independientes. Esos parámetros son: la autonomía, la independencia, la iniciativa, la capacidad para elegir, el desarrollo de la voluntad y la autodisciplina.
Cabe señalar que un estilo educativo de este tipo choca enormemente con el que generalmente hemos aprendido todos y todas en nuestra infancia, y que además es más esforzado que la "educación tradicional". Pero los resultados están a la vista, y actualmente es fácil comprobar que cuando en una familia se fomenta la autonomía, la asunción de responsabilidades, y la participación, los niños tienen una autoestima adecuada, demuestran iniciativa, son más resolutivos, manejan mejor la frustración, y asumen sus obligaciones en mejor grado. Educar de esta forma no supone que les dejemos hacer lo que quieran, ni mucho menos; es importante que los niños y niñas conozcan las normas y los límites básicos que deben regir en cualquier convivencia, y éstos han de ser respetados.
¿Qué pasa si no les educamos para ser independientes?
Lo primero que hay que considerar es que el aprendizaje de normas y rutinas es un proceso, un proceso que requiere no sólo instrucciones, sino también tiempo para que los niños asimilen, y dedicación por nuestra parte. Por ejemplo, no podemos pretender que un niño de 6 años haga su cama perfectamente en apenas un par de días; lo esperable es que no perfeccione su técnica hasta que transcurren unas semanas, y todo ello dependiendo del tipo de cama. En este punto es importante resaltar que el objetivo no es que el niño haga la cama perfectamente, sino que la haga, sin más, que adquiera esa rutina; con el paso del tiempo mejorará la técnica, y llegado el momento la harán como la haríamos cualquiera de nosotros. En segundo lugar, no debemos subestimar a los niños y niñas; es sorprendente la cantidad de cosas que pueden hacer aún a corta edad si les dejamos hacerlo y comprueban que les dejamos desarrollar sus iniciativas, que las tienen y muchas. En tercer lugar, no decidamos todo por ellos; dejémosles tomar pequeñas decisiones como que ropa me pongo mañana, qué película quiere ver... decisiones supervisadas, desde luego, pero que provocan en los niños y niñas sentimientos de que son tenidos en cuenta.
En general, educar sin favorecer la autonomía o la asunción de responsabilidades suele ser potencialmente un elemento que provoque conflictos en el futuro, sobre todo cuando comenzamos a exigir que cumplan con determinadas tareas que "ya pueden hacer por edad". ¿Realmente las habilidades se adquieren simplemente con la edad? No. Las habilidades se adquieren cuando se aprenden, y cuando hay un contexto facilitador del aprendizaje. Si nadie ha enseñado durante años a una niña o a un niño a colocar el mantel en la mesa, los platos, los vasos y los cubiertos, difícilmente lo hará de buena gana y con solvencia a los 11 ó 12 años, porque "ya a tus años debes hacerlo". Si no se ha educado a un niño o a una niña para que se responsabilice de sus tareas escolares desde los primeros cursos de la Educación Primaria, será un hecho que tendremos que establecer una rígida supervisión cuando accedan a la Educación Secundaria, incluso a los últimos cursos de Primaria, porque remolonean y se despistan en lugar de ejercer su responsabilidad de hacer los deberes en el momento y tiempo adecuado.
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