Dan Olweus, psicólogo sueco y profesor emérito de Psicología de la Personalidad en la Universidad de Bergen, afirmó en 1986 que “un alumno es agredido o se convierte en víctima cuando está expuesto, de forma repetida y durante un tiempo, a acciones negativas que lleva a cabo otro alumno o varios de ellos”. De esta forma definió Olweus hace ya más de 30 años un fenómeno que no es en absoluto nuevo, sino más bien viejo, muy viejo, y que se refiere a cualquier tipo de maltrato psicológico, verbal o físico que se produce entre alumnos y alumnas de un centro educativo. De hecho, Olweus llevaba estudiando el fenómeno desde principios de la década de los 70 del siglo pasado.
¿Qué es el acoso escolar?
No toda agresión que acontece en el contexto escolar o a través del mismo implica que se trate de acoso escolar; para que un maltrato pueda ser considerado como tal, la agresión ha de ser reiterada en el tiempo, tanto dentro del ámbito educativo como a través de redes sociales (ciberacoso). Por lo tanto, una fricción puntual que se produzca en el patio, en un pasillo, o dentro del aula no es considerada acoso. En este sentido es importante también no confundir el acoso con los altibajos que se producen en las relaciones entre iguales, sobre todo durante la preadolescencia y la adolescencia, etapas evolutivas en las que son habituales los conflictos o las malas relaciones; si bien no comportan problemas de violencia, si no se resuelven adecuadamente degeneran en ella. Los estudios que hasta el momento se han realizado constatan que el maltrato psicológico es el que ocurre con más frecuencia, generalmente en el aula, en los patios de los colegios, y durante los últimos años también a través de las redes sociales (Facebook, Instagram, Snapchat, Whatsapp...).
Las características que definen el acoso escolar son:
a. Debe existir una víctima.
b. Debe existir desigualdad de poder, y no hay posibilidad de defensa.
c. La agresión es repetida, por lo que existe siempre la posibilidad de
volver a ser atacado o atacada.
d. Hay uno/a o más acosadores/a.
El acoso puede manifestarse de forma física (empujones, patadas, zancadillas, destrozo de objetos personales...), verbal (insultos, menosprecio, significación de defectos o rasgos físicos...), social (aislamiento, calumnias, bulos...), y psicológica (fomento del miedo, ataque a la autoestima, promover que otros sean los agresores...). Como ya se introdujo, el acoso escolar no es un fenómeno novedoso; el primer caso documentado ocurrió en los países nórdicos en 1969, cuando un estudiante se quitó la vida porque no soportaba el maltrato al que era sometido. El objetivo del acoso es intimidar, amedrentar, dominar, someter, quebrantar al alumno o alumna que es víctima del maltrato, a cambio de lo cual se obtiene algún tipo de resultado para quienes acosan, o bien se satisface por parte del/a acosador/a una desatada necesidad de dominar, agredir y destrozar a los otros.
No se trata de casos aislados; los diferentes estudios que se han publicado durante los últimos años señalan que lo que se conoce cada vez que el acoso escolar es titular en los medios de comunicación sólo muestra la punta del iceberg. Una investigación realizada en 1989 en la Comunidad de Madrid reveló que un 17,3% del alumnado de 8, 10 y 12 años intimidaba a sus compañeros, mientras que el 17,2% había sido intimidado durante el último trimestre. Ya más cerca de nuestros días, el Informe Cisneros X, publicado en 2007, concluyó que la tasa global de acoso intenso y muy intenso es del 23,3%.
El acoso escolar es una de las amenazas más graves de nuestro sistema escolar, por lo que son necesarias medidas urgentes para atajarlo. Hasta el momento las medidas propuestas no han sido capaces de minimizarlo: la “mano dura”, las expulsiones y los castigos no son eficaces, y todavía pueden empeorar la situación. Se necesitan medidas educativas y sensibilizadoras.
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