La pasada semana introdujimos la descripción del acoso escolar, hablando de qué es y poniendo de relieve una serie de datos de su prevalencia en España durante los últimos años. Veamos ahora más detalladamente cuáles son sus elementos fundamentales.
Decíamos que en toda situación de acoso ha de haber una víctima; por lo tanto, también uno o más acosadores. Es importante tener en cuenta que cualquier niño o niña puede ser acosador/a, si bien las estadísticas nos muestran que suelen ser más chicos que chicas. Las niñas suelen ejercer un maltrato más sutil, más psicológico, mientras que los niños suelen mostrar una violencia más física. El perfil del/a agresor/a se caracteriza por un temperamento agresivo e impulsivo.
A nivel personal tienen deficiencias en las habilidades sociales para comunicar o negociar sus deseos, falta de empatía, carencias para controlar la ira, dificultad para interpretar correctamente determinadas situaciones sociales, y se muestran autosuficientes, si bien suelen tener la autoestima baja. A nivel escolar, se aprecia que los/as acosadores/as son mayores en edad que las víctimas; es posible que la integración escolar no sea la adecuada, y que sean menos “populares” que los más adaptados, aunque siempre más que las víctimas de acoso. Por otro lado, no muestran demasiado interés por el colegio o por las actividades que se realizan en el aula. A nivel familiar, se observa que estos niños y niñas tienen menor contacto con sus familias, e incluso a veces los lazos familiares son débiles o establecidos de forma disfuncional. La emotividad suele estar mal encauzada en el ámbito familiar, y normalmente existe una significativa permisividad respecto al acceso que se tiene a la violencia (TV, videojuegos, internet...). Si bien los/a acosadores/as se muestran autónomos y autosuficientes, demandan la atención de las personas adultas. En algunos casos las conductas de agresión pueden ser debidas a un modelaje inadecuado que proviene de un/a hermano/a mayor, una madre, un padre, tío... En los casos más graves el/a agresor/a puede ser a su vez víctima de maltrato en su propio entorno familiar.
No siempre los/as acosadores/as son personas conflictivas, y de hecho a veces pueden comportarse bien con las víctimas, pero burlarse de ellas cuando se encuentran en un contexto de grupo. Los/as agresores/as pueden serlo durante un tiempo, para luego dejar de hacerlo. Algunas personas que han sido víctimas de acoso escolar son susceptibles de convertirse más tarde en agresoras, cuando adquieren más de confianza en sí mismas.
Al igual que ocurre con los/as acosadores/as, cualquier niño o niña puede ser víctima de una situación de acoso escolar. Pueden mostrarse inseguros, tímidos, y con baja autoestima, lo que a la vez constituye causa y consecuencia del maltrato. Por norma pasan bastante tiempo en su casa, tienen una opinión negativa de sí mismos y de su situación, no son agresivos/as, y tienen menor fortaleza física que sus agresores/as.
Los/as alumnos/as que tienen rasgos diferenciales son más propensos a sufrir acoso: usar gafas, tener sobrepeso, tener una estatura determinada, pertenecer a una etnia diferente... el/a agresor/a buscará y encontrará su punto “atacable”. Pueden presentar altos niveles de ansiedad e inseguridad, y es posible que exista sobreprotección familiar; en ese sentido, es bastante habitual que estos niños presenten excesiva dependencia del ámbito familiar. Puede que tengan más dificultades para hacer amigos, y con el tiempo acaban por desarrollar indefensión aprendida, es decir, convencerse de que hagan lo que hagan no podrán encontrar una salida a la situación de maltrato en la que está envuelto, lo cual condiciona enormemente su conducta.
El contexto, el público y las consecuencias.
Cuando nos referimos al acoso escolar “tradicional” (el ciberacoso merece un artículo aparte por su relación con las tecnologías), es invariable que las agresiones se producen cuando hay “público”, es decir, cuando alrededor existen espectadores; de hecho, para los/as acosadores/as el público es muy importante, pues necesitan que los demás vean lo que hacen y así “demostrar el poder” que tienen sobre las víctimas.
Los/as espectadores/as contemplan lo que ocurre sin actuar, y permiten que ocurra porque, consciente o inconscientemente, se ponen del lado del/a agresor/a: les hace sentir fuertes, y si se posicionan del lado de la víctima se sienten débiles.
Como no puede ser de otra forma, las consecuencias de toda esta situación de violencia es devastadora para quien la sufre: fracaso escolar, autoestima baja, indefensión aprendida, fobia escolar, elevados niveles de ansiedad, intentos de suicidio (en algunos casos con resultado de fallecimiento)... También para los demás existen consecuencias; los espectadores, concretamente, desarrollan un aprendizaje deficiente para enfrentarse a situaciones injustas y pueden generar falta de empatía para entender el sufrimiento de los demás. El/a agresor/a “sale ganando”, pues obtiene reconocimiento dentro del grupo; ahora bien, aprende de forma incorrecta una estrategia para conseguir sus objetivos que puede generalizarse a otros ámbitos de su vida, lo cual constituye un factor de riesgo para que se presenten comportamientos disociales y conductas delictivas en el futuro.
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