Infancia, adolescencia y deporte.

De entre todas las actividades extraescolares que practican nuestros hijos e hijas, los deportes aglutinan a un número muy significativo de participantes. Fútbol, natación, baloncesto, atletismo, tenis, taekwondo, vela, remo, pádel... cada año que pasa la lista se amplía, lo cual supone en cierto modo una tranquilidad para madres y padres a la hora de que sus hijos e hijas no se queden sin hacer un deporte que les gusta. Se ejercitan en una disciplina deportiva durante unos años, en los cuales aprenden una serie de destrezas que en muchos casos les convierten en competidores solventes, y unos pocos serán deportistas de cierto nivel o incluso de élite. Pero una buena parte, cuando se encuentran en la adolescencia, abandonan la práctica deportiva, a veces para disgusto de madres, padres y entrenadores/as.

La importancia del deporte durante la infancia y la adolescencia.

El deporte es algo primordial para los niños y las niñas, puesto que favorece el desarrollo físico, psicológico y social. Practicar un deporte fomenta la coordinación motriz, el equilibrio, la agilidad y la percepción espacial. A nivel psicológico, se promueve la autoconfianza, la empatía, el liderazgo y una autoestima positiva. A nivel social se establecen relaciones con otros iguales que en algunos casos se convierten en amistades estrechas, y se favorece la adquisición e interiorización de valores como la solidaridad, el compañerismo, el respeto, la tolerancia o la competitividad sana.

En términos generales, a partir de los 4 ó 5 años de edad los niños y niñas pueden iniciarse en la práctica de un deporte. La elección de la disciplina deportiva en cuestión a veces es tan sencilla como preguntarle a tu hijo o hija qué quiere hacer. En otras ocasiones la cosa no es tan fácil, y se complejiza debido a las dificultades para conciliar la vida familiar con la vida laboral, ya que en muchas ocasiones es francamente complicado organizarse para cubrir los horarios de las actividades extraescolares. Puede ocurrir que un niño o una niña quiera practicar un deporte, pero no tenga claro exactemente cuál. Suele ser útil ayudarle a decidir en función de las características físicas y psicológicas de tu hijo o hija; si crees que necesita una actividad que favorezca la psicomotricidad o la coordinación, oriéntale a deportes como por ejemplo el tenis o el taekwondo. O quizá creas que lo que necesita tu hijo o hija es un ambiente en el que pueda vencer ciertas resistencias sociales porque es algo introvertido; entonces elige sin dudarlo un deporte de equipo.

Es importante tener en cuenta que no podemos forzarles a practicar un deporte, ni exigirles ciertos objetivos cuando ya están incluidos en alguna actividad deportiva. Obligarles a que realicen una actividad física determinada es un factor que favorece la aparición de la frustración, la apatía, y que predispone al abandono temprano del deporte que ejercita. No debemos olvidar que el deporte a estas edades tiene un componente lúdico con una doble función: atrae a los niños para que lo practiquen, y genera satisfacción mientras lo ejercitan. Por otro lado, que nuestros hijos e hijas estén involucrados en una disciplina deportiva determinada, máxime cuando se trata de un deporte donde los profesionales pueden obtener altos ingresos económicos, no implica que hayan de satisfacer nuestras expectativas sobre el nivel de destrezas que puede alcanzar.

La práctica deportiva durante la adolescencia.

La práctica de un deporte está íntimamente ligada al desarrollo evolutivo de los niños y las niñas. La mayor parte de ellos se inician en una disciplina deportiva alrededor de los 4 ó 5 años, surgiendo la iniciativa por cuenta de las madres y los padres, no tanto por una demanda de sus hijos. Hacia los 8 años la práctica del deporte se convierte en un interés personal y en un elemento de diversión. Es por ello que uno de los objetivos por parte de los/as entrenadores/as es que los niños se diviertan, se sientan cómodos, se socialicen, lo cual promueve una buena motivación, y de esta forma se favorece la continuidad en la práctica de la disciplina deportiva.

Entre los 11 y los 13 años comienza la adolescencia, etapa en la que se producen importantes cambios físicos, y momento en el que los y las jóvenes comienzan a tener verdadero interés por competir, en probar sus habilidades comparándose con otros, en mejorar su técnica y su destreza. Entre los 13 y los 15 años, si todavía se mantiene la actividad deportiva, los y las adolescentes se enfrentan a la necesidad de mostrar predisposición al sacrificio, ya que los entrenamientos comienzan a ser más exigentes y serios. Llegados a este punto, cuando además los cambios físicos y hormonales están en un momento álgido, es fácil que algunos jóvenes abandonen la práctica deportiva. En algunos casos no quieren pasar por el esfuerzo que demanda el entrenamiento semanal. Otros jóvenes lo dejan porque la actividad deportiva interfiere significativamente en su aspecto físico, caso de la natación o de la gimnasia rítmica. Y a todo ello hay que sumarle todas las distracciones sociales propias de la edad, que provocan en los adolescentes una reflexión sobre la evaluación costo-beneficio en relación con la práctica del deporte, que puede conducir a su abandono.

Entre los 15 y los 18 años el nivel de exigencia se incrementa. Los entrenamientos ya no son tan agradables ni divertidos, y los sacrificios comienzan a ser notables; dependiendo de la disciplina deportiva, a estas edades suele haber mayor o menor control de las dietas alimenticias, y el tiempo para estar con amistades o con parejas puede verse restringido. A pesar de ello, quienes todavía se mantienen practicando un deporte muestran un interés elevado por la competición, por la consecución de éxitos, y por mejorar sus destrezas.

A partir de los 18 años buena parte de quienes se han mantenido en la práctica de un deporte son deportistas de cierto nivel o de élite. Diversos estudios han concluido que estos deportistas son personas perseverantes, metódicas, organizadas, con buena tolerancia a la frustración, y con predisposición al sacrificio y a la mejora.

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