¿Por qué existe la violencia?


Cada cierto tiempo una noticia en la televisión, radio o prensa escrita llama nuestra atención por la tremenda carga de violencia que contiene: el asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex pareja sentimental, un acto terrorista, un bombardeo que mata a docenas de civiles... Vivimos rodeados de violencia, más de lo que creemos. Sepamos por qué.

¿Qué es la violencia?

La violencia es una forma de interacción entre personas que se manifiesta a través de una serie de comportamientos, los cuales, de forma intencionada, causan o amenazan con provocar daño y/o imposiciones graves a un individuo o a un grupo. Estos comportamientos pueden ser actos o mensajes, aunque la violencia puede ejercerse también a través de la omisión, el silencio o la inacción. Conceptualizar la violencia no es tarea fácil, ya que existen muchos matices contextualizadores, generalmente socioculturales, que de alguna forma provocan el consentimiento, la tolerancia o aún la justificación de su práctica.

Se puede hablar de varios tipos de violencia: directa, estructural, cultural, de género, familiar, sobre personas mayores, sobre la infancia... En cualquier caso, se considera como tal cualquier forma que implique una lesión o sea susceptible de causar perjuicio a la dignidad, integridad o libertad de las personas. Puede presentarse en cualquiera de los ámbitos sociales: familia, comunidad, colegio, ámbito laboral, entidades, instituciones... y en muchas ocasiones conduce a la muerte. En definitiva, la violencia es un acto en el que se pone en práctica la fuerza física o verbal sobre otra persona o personas, causando un daño sobre éstas de forma habitualmente voluntaria; el elemento primordial es el uso de la fuerza para lograr un objetivo en contra de una o más víctimas.

La violencia a lo largo de la historia.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la violencia ha venido acompañando al ser humano desde el principio de su existencia. Si retrocedemos a tiempos pretéritos, hasta la actualidad, comprobamos que la violencia ha sido una constante, cuando no incluso un rasgo identitario de algunos pueblos y/o culturas. La crueldad y la brutalidad se legitimaban sobre todo en dos ámbitos: a nivel interno y organizacional de un grupo o clan, de forma que imperaba la ley del más fuerte, primero según un fundamento claramente físico (fortaleza, vigor...), luego según la detentación y mantenimiento del poder; y a nivel externo, teniendo como máxima la supervivencia del grupo, lo que implicaba muchas veces que los recursos necesarios para perdurar les eran arrebatados a otras tribus o clanes, ocasionando con frecuencia la eliminación de los otros.

La utilización de la violencia según los parámetros anteriores se refinó con el tiempo en toda la diversidad de pueblos y grupos étnicos humanos, pero siguió muy presente; incluso adquirió la capacidad para divertir, caso de los juegos circenses en el antiguo imperio romano. La Historia nos va dejando infinidad de acontecimientos violentos que dan cuenta de cómo eran aquellos pueblos que surgían y se eclipsaban en el devenir de las épocas. Los hunos de Atila asolaban cruelmente las ciudades que saqueaban para, intencionadamente, causar terror, y provocar así la huída y la rendición de las futuras víctimas, o el pago de cantidades enormes de riquezas para evitar el ataque; idéntica estrategia seguirían en años posteriores los vikingos o los mongoles liderados por Gengis Kan, entre otros.

La violencia también se legitimó desde instancias religiosas para satisfacer intereses económicos y comerciales, siendo especialmente significativo el uso que se hizo de la barbarie por parte de los jerarcas del Islam y del Cristianismo, sobre todo durante los años en los que tuvieron lugar las Cruzadas. En tiempos más modernos todos conocemos las matanzas y crueldades que se cometieron en las colonizaciones de América y África; también la brutalidad desatada en Francia durante la Revolución Francesa, violencia totalmente justificada por parte de la cúpula revolucionaria para promover el cambio de régimen. Mantenemos en la retina las imágenes del horror de los campos de concentración nazis durante la 2ª Guerra Mundial. Y en los últimos 50 años asistimos con estupor a matanzas en el centro de África, al conflicto palestino-israelí, a los atentados de ETA, a la guerra de Siria...

Ahora bien, no pensemos que la violencia sólo se presenta ante nosotros a través de eventos históricos o acontecimientos geopolíticos; también ha existido y existe en un plano extremadamente cercano, apenas abriendo la puerta de nuestro hogar y saliendo a la calle. La violencia machista y el maltrato a la infancia existen desde hace cientos de años y todavía hoy es palpable en nuestra sociedad. Junto a estos tipos de violencia, en nuestros días asistimos a brotes racistas, violencia en el fútbol, acoso escolar, maltrato hacia las personas mayores, violencia familiar, acoso laboral, abusos sexuales... Incluso a veces la violencia puede percibirse dentro de nuestra casa, sólo basta encender la televisión y reflexionar objetivamente sobre determinados programas, series para adultos o series infantiles. Nunca la violencia ha dejado de estar presente entre nosotros/as, y siempre ha servido para conseguir un fin a costa de los demás, ya sea para mantener el estatus social establecido o para ejercer dominación de unos sobre otros, tanto en el ámbito privado como en el ámbito público.

¿Agresividad o violencia?

Suelen usarse como sinónimos, pero distan de serlo. La agresividad es instintiva, es un mecanismo que nos mantiene en alerta, y que provoca una reacción defensiva y adaptativa cuando se estima necesaria. Los niños y las niñas suelen manifestar agresividad instrumental para conseguir lo que quieren o para defender su estatus o sus posesiones. No obstante, a medida que avanza la socialización, los niños aprenden a utilizar otro tipo de comportamientos más asertivos, limitándose enormemente el uso de la agresividad para alcanzar objetivos o satisfacer necesidades. 

La violencia no es un instinto, ni tampoco un comportamiento que esté en el repertorio conductual natural de las personas; por lo tanto, no es cierto lo que se dice a veces de algunos individuos aludiendo a su "naturaleza violenta". La violencia es un constructo sociocultural que está muy enraizado en valores, roles sociales e ideologías... La violencia, en consecuencia, es una conducta aprendida, y que generalmente es premeditada e intencionada. La violencia implica la instrumentalización de la agresividad para hacer daño a otras personas; se trata de un comportamiento exclusivo del ser humano, ya que no se ha observado en ninguna otra especie animal. Puede encontrarse en diferentes ámbitos, muchos de ellos, como ya hemos señalado, muy cercanos a nosotros: maltrato familiar, acoso laboral, acoso escolar, abuso sexual, terrorismo...

Dado que la violencia es una construcción sociocultural, se puede modificar. Y lo cierto es que la evolución del ser humano, a pesar de todo, así lo demuestra. Consideremos, por ejemplo, que a nivel legal tuvieron derechos antes los animales que los niños y las niñas. Sí, como lo acabas de leer. Pensemos que hace apenas 150 años, en la civilización occidental, se podía matar a una persona sólo por el hecho de ser esclava. Recordemos que hace menos de 500 años se quemaba en una hoguera a alguien por el mero hecho de hacer un descubrimiento científico. Rememoremos que en España, hace menos de 70 años, se encarcelaba o fusilaba a personas sólo por pensar diferente... Es cierto que estamos lejos de un mundo libre de violencia, pero no hay que olvidar que los cambios sociales son lentos cuando lo que queremos cambiar es parte estructural de una sociedad. Y la violencia tiene mucho de estructural en nuestra sociedad. 

¿Se puede erradicar la violencia?

La EDUCACIÓN es la clave. Si en cada uno de nuestros hogares educamos en valores como el respeto o la tolerancia... si desde las escuelas, los medios de comunicación, las insitituciones públicas y privadas se fomentan valores como la solidaridad, la cooperación o la igualdad, será más fácil ver a personas prosociales y menos a padres pegándose en las gradas de un campo de fútbol. Sabemos que la ira, la agresividad, es una emoción, un instinto; enseñemos a nuestros hijos e hijas a gestionarla cuando aparece. Enseñémosles que lo que quieren conseguir puede ser alcanzable con métodos asertivos sin necesidad de dañar a nadie. 

Diversos estudios han puesto de manifiesto que las personas violentas tienen más emociones de agresividad que las personas no violentas, reaccionando casi constantemente ante lo que creen que es un ataque a su integridad, sea físico o no. Y éste es uno de los grandes problemas de la sociedad, ya que sobre todo hoy vivimos una época en la que la situación socio-económica y la influencia de determinadas ideologías y convenciones culturales condicionan tremendamente la habilidad para discriminar lo que es o no es un ataque a nuestra integridad. Las personas violentas se sienten agraviadas a cada momento, y por cosas que a la mayoría nos resultarían insignificantes, y por lo tanto reaccionan de forma desmesurada ante situaciones de conflicto, eventos imprevistos, contrariedades, cuando se les exigen responsabilidades, o cuando comenten un error. Cuando estas personas usan la violencia suele ocurrir por un aprendizaje deficiente de habilidades sociales, normalmente asociado a baja autoestima, baja tolerancia a la frustración, y carencia de estrategias para solucionar conflictos.

Podríamos hablar también de personas que encuentran en los actos violentos un estímulo o un vehículo para pasárselo bien y divertirse. Se trata de individuos con una clara falta de empatía y de remordimientos cuando causan daño a otros, que pueden dividirse en dos grupos: por un lado, aquellas personas que, sin presentar ningún trastorno psicopatológico, se amparan en un grupo que tolera o aún promueve determinado tipo de violencia; por otro, los sujetos que claramente padecen una psicopatía.

Como conclusión, es difícil, incluso imposible, que a día de hoy la violencia desaparezca del mundo a corto plazo, sobre todo si tenemos en cuenta la complejidad de algunos conflictos internacionales o de la idiosincrasia de algunas culturas, incluida la nuestra. Y lo cierto es que nosotros/as llegamos a donde podemos llegar. Pero podemos actuar en nuestro pequeño mundo; si no queremos violencia habremos de educar sin ella. Potenciemos valores como la igualdad, la tolerancia, la cooperación, el esfuerzo, y fomentemos la autoestima y las habilidades tanto de comunicación como de resolución de conflictos. ¿Quién sabe? Quizá dentro de 200 años la sociedad sea diferente.

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